Sepa disculpar usted la ausencia de la semana pasada pues acabo de visitar a mis padres. Apenas entré, los abracé con el cariño de siempre, el pesar y penar lento de haberlos dejado tan temprano y la nostalgia prematura de perderlos.
Para alejar el espíritu afligido, pregunté enseguida por sus tomates. Mi madre es una excelente cultivadora de cualquier semilla o planta que usted imagine y tenga a bien dejar en sus manos. Limón, durazno, pimientos, laurel, palta, zapallos, rúcula, etc. etc. y etc. y, en este período, unos tomates que provocan ternura mientras se ven verdes y supongo que un deseo irrefrenable de llevarlos a la boca cuando lucen maduros y bien rojos. No estuve el suficiente tiempo para disfrutarlos en ese estado.
Ella se llama Dorita, como mi segundo nombre, y estoy tan orgullosa de llevarlo que aprovecho la ocasión que usted me da para difundirlo; pues hace algunos años, cuando algunos consideraban el nombre como una dorada oportunidad para un chiste (por su diminutivo, tal vez, quién sabe la razón por la cual una persona se ríe de su vecino…), lo ocultaba para evitar la broma.
Mi madre fue mi mundo entero hasta que crecí. Luego la vida no halló mejor horizonte que el de convertirme en madre de mi madre. Y cómo duele… Sin embargo, ella aún está, allí plantando tomates, renegando a ratos con el romero que se resiste a darle un par de hojitas para aromatizar sus salsas. Los fotografié, accedí incluso a subir la escalera –de equilibrio dudoso– que me ofreció para verlos desde lo alto, y jugué con ella y con esta planta hermosa a reírme, porque ambas lo merecían.
Mire lo linda que era mi madre! Justo a la derecha de la foto: Dorita María Gribaudo. En el centro, la nona que adoré, María Felisa, con los pies en el agua de Miramar, en la provincia de Córdoba, en el mes de febrero del año ’61. Está usted de acuerdo en la índole bella e irresistiblemente sexy que trasluce mi madre?
Para continuar la tradición, y de haberla concebido, mi hija debería haber llevado Marisa como segundo nombre, pues el primero de la madre mudaba, en la siguiente generación, al segundo de la hija. De momento subimos el nombre de Dorita al podio y allí lo coronamos. Con qué? Con tomates! Irremediablemente!
Arrope de tuna, dulce de durazno, pan dulce y estos tomates inmaduros, y si la dejo, sigue y sigue con sus regalos caseros hasta que mi valija cierra de pura casualidad y es la más despreciada por quienes colaboran en subirla al ómnibus a la hora de partir…
Mi padre es mi punto vulnerable. Su escasa salud y vigor lo han vuelto una persona distinta. Guerrero tenaz, laborioso, ocurrente, obstinado. Así era él, costaba quererlo al primer encuentro pero un poco de paciencia y le mostraba una risa dulce, incapaz de combinar congruentemente con la fama fiera de su carácter. Hoy se ríe como entonces, o como el niño que dejó de ser hace mucho, se pone de pie como un caballero cuando entro y salgo de su propia casa durante los días en que los visito, y no quiere soltar el abrazo en el que me encierra para retenerme…
Volverán las recetas, no se apresure. Un poco de orden en casa y en el alma y regreso…
Marisa Bergamasco (Aficionada a la escritura, al buen cocinar y al buen comer y a los buenos y grandes cariños, de profesión agente de viajes, soñadora de vocación, por siempre…)
Torno a casa!
Una notizia per me così dolce dovrà dunque essere corrisposta da una ricetta tanto o più dolce, l’occasione ideale per preparare un flan alla vaniglia. Una carezza in bocca!
Dal sapore tenero e delicato, dall’aspetto candido e semplicemente bello, il flan di latte la rimanderà, ne sono sicura, ai tempi in cui la sua mamma coccolava la sua infanzia con innumerevoli dimostrazioni d’affetto, di puro e grande amore. Una di esse, nel mio caso, oltre ai baci senza risparmio con cui mi copriva dalla testa ai piedi, é stata la sua cucina, gli odori delle sue pentole che salivano e scivolando arrivavano alla mia camera, il forno caldo con una promessa d’aspettare intanto la casa veniva interamente profumata dall’aroma celeste di qualsiasi dei suoi dolci.
Lei non ha avuto una mamma così? Mi dispiace. Però forse ha conosciuto nella sua vita qualche altra persona che le abbia insegnato il valore indispensabile della dolcezza e chissà se non gliel’abbia donato perché potesse impararla… Ma invece no, dice lei? Allora eccomi qui. A me mancano tante di quelle virtù più ricercate e desiderate per diventare almeno una persona per bene, ma decisamente sono capace di regalare dolcezza –anche a lei se solo me lo chiedesse– con molto piacere e in abbondanza.
Facendo astrazione della crisi, l’Italia (crisis aparte) rimane tutta lei un dolce appunto da mangiare, un flan di latte alla vaniglia cha ha il gusto dell’infanzia. Come ben riferisce la scrittrice spagnola Rosa Montero: “L’infanzia è il posto in cui abitiamo il resto della nostra vita”. Certo. Perché l’infanzia, con il passo degli anni, diviene una casa sicura. Sempre. Una casa mai minacciata dai pericoli, salva dalla meschinità, ingenua come il flan, un luogo affabile e affidabile dove tornarci per guarire dalla nostra stanchezza.
Tornare in Italia significa tornare a casa, alla mia infanzia, ai dolci della mia mamma. Chi ami questo paese come me lo capirá…
Una di loro è la mia amica Eugenia, il cui marito ha portato questi bellissimi baccelli di vaniglia dal mercato di Dubai. Lei, che porta la dolcezza insieme alla sua famiglia (due figlie strepitosamente solari), ha il dono purtroppo raro della generosità che la define come una persona straordinaria che fa per gli altri cose straordinarie. Grazie amica! Ti ammiro! E grazie anche del carinissimo grembiule!
Ai miei amici italiani: ci vediamo prestissimo!!!
Flan di latte di cocco alla vaniglia e all’arancia
Ingredienti: 400 ml di latte di cocco
150 ml di latte di capra
4 uova
1 baccello di vaniglia
100 g di zucchero bio
100 g de zucchero bio per fare il caramello
1 striscia di buccia di arancia
Preparazione:
Versare il latte di cocco in una casseruola con 50 g dello zucchero bio, la striscia di buccia di arancia e il baccello di vaniglia inciso nel senso della lunghezza e leggermente aperto. Lasciare scaldare la preparazione a fuoco lento e farla sobbollire per circa 4 minuti, poi spegnere la fiamma e lasciarla riposare per 5-6 minuti.
Sbattere le uova con i 50 g restanti dello zucchero bio sino ad ottenere un composto cremoso. Aggiungere il latte di cocco versandolo a filo attraverso un colino e mescolare sino a quando il composto sarà omogeneo.
Nel frattempo preparare il caramello i 100 g dello zucchero bio e stenderlo in uno stampo, muovendo il recipiente per distribuirlo uniformemente sul fondo e sulle pareti.
Versare nello stampo il composto di latte e uova e cuocere a bagnomaria in forno a 180 °C in una teglia parzialmente riempita di acqua per 1 ora o sino a quando la crema si sarà addensata.
Controllare la cottura e, a freddo, capovolgerlo su di un piatto da portata. Accompagnare con un vino dolce, un Jerez, un vino Porto oppure un Moscato incomparabile della famiglia Marenco!
Marisa Bergamasco (Affezionata alla scrittura, alla buona cucina, al mangiare bene e ai buoni e grandi affetti, agente di viaggi di professione, sognatrice di vocazione, per sempre…)
Vuelvo a casa!
Una noticia tan dulce para mí debería ser correspondida por una receta tanto o más dulce, la ocasión ideal para preparar un flan de vainilla. Una caricia en la boca!
De sabor tierno y delicado, de aspecto cándido y simple, primoroso diría yo. El flan de vainilla hará que usted vuelva –estoy segura– al tiempo en el que su mamá mimaba su infancia con innumerables demostraciones de afecto, de puro amor, y muy grande. En mi caso, una de esas demostraciones, además de los besos que la mía no escatimaba para cubrirme de pies a cabeza, se hacía evidente en la cocina, los olores de sus ollas que subían y se deslizaban hasta meterse en mi cuarto, el horno caliente con una promesa adentro que esperábamos con ansia mientras la casa se perfumaba completamente con el aroma celestial de cualquiera de sus postres.
Que usted no ha tenido una madre así? Lo siento. Aunque tal vez haya conocido, en el transcurso de su vida, alguna otra persona que le haya podido enseñar el valor primordial de la dulzura, y quién sabe si no se la haya regalado para que también usted pudiera aprehenderla… Tampoco ésto, me dice? Entonces, acá una servidora. Adolezco de muchas de aquellas virtudes necesarias para convertirme siquiera en una persona de bien, pero decididamente, le digo, soy capaz de regalar dulzura –solo basta que me lo pida– con enorme agrado y en abundancia.
Abstrayéndonos de la crisis, Italia resiste y se preserva entera como un dulce comestible, un flan de leche a la vainilla con el sabor de la infancia. Como bien expresa la escritora española Rosa Montero: “La infancia es el lugar en el que habitas el resto de tu vida”. Cierto. Porque la infancia, con el paso de los años, se nos hace una casa segura. Siempre. Una casa a salvo de la mezquindad, jamás acechada por los peligros, ingenua como el flan, un lugar afable y confiable adonde acudir para curar nuestro cansancio.
Volver a Italia significa volver a casa, a mi infancia, a los dulces de mi madre. Quien ame este país como yo entenderá…
Una de ellos es mi amiga Eugenia, cuyo marido ha traído estas preciosísimas vainas de vainilla del mercado de Dubai. Ella, que reparte la dulzura junto a su familia (dos hijas escandalosamente brillantes), tiene el don cada vez más escaso de la generosidad que la define como una persona extraordinaria que hace por los demás cosas extraordinarias. Gracias amiga! Te admiro! Y gracias por el lindísimo delantal!
A mis amigos italianos: nos vemos prontísimo!!
Flan de leche de coco a la vainilla y a la naranja
Ingredientes:
400 ml de leche de coco
150 ml de leche de cabra
4 huevos
1 vaina de vainilla
100 g de azúcar orgánico
100 g de azúcar orgánico para el caramelo
1 tira de cáscara de naranja
Preparación:
Verter la leche de coco en una cacerola con 50 g del azúcar orgánico, la tira de cáscara de naranja y la vaina de vainilla con un suave corte en el sentido del largo y ligeramente abierta. Dejar calentar la preparación a fuego lento y hacerla hervir por unos 4 minutos, luego apagar la llama y dejarla descansar por 5-6 minutos.
Batir los huevos con los 50 g restantes del azúcar orgánico hasta conseguir una preparación cremosa. Añadir la leche de coco (previamente colada) vertiéndola en forma de hilo y mezclar hasta homogeneizar la crema.
Preparar el caramelo con los 100 g del azúcar orgánico en la flanera, moviendo el recipiente para distribuirlo uniformemente sobre el fondo y las paredes.
Verter en el molde el compuesto de leche y huevos y cocer a bañomaría en horno a 180 °C por aproximadamente 1 hora.
Controlar la cocción y, en frío, volcarlo en el plato en el cual lo serviremos. Acompañar con un vino dulce, un Jerez, un Oporto o un incomparable Moscato de la familia Marenco!
Marisa Bergamasco (Aficionada a la escritura, al buen cocinar y al buen comer y a los buenos y grandes cariños, de profesión agente de viajes, soñadora de vocación, por siempre…)
Italia es una patria, una madre, un cobijo para mí, y una razón para volver siempre, desde que estuve por primera vez hace pocos años atrás. Con gran desorden regresé de mi viaje sonriendo desde el estómago, feliz y despreocupada, tan pero tan feliz que yo, con poca costumbre -por naturaleza y carácter y otros etcéteras que vinieron luego- a cualquier ostentación del júbilo, llegué hablando casi profesionalmente de la real alegría, incomprendida por todos, imagínese usted. Qué importa.
Viajes como chiles robustos que nos invaden apenas morderlos. Y dígame entonces, quién nos saca su presencia de la boca y de la sangre? Quién puede enjuagarse un viaje de la piel como si tal cosa? Viajes que nos dejan parados en una realidad más bella y muy difícil, pues su carga atroz de energía nos embarca en veintiún proyectos nuevos que harto trabajo requerirán de nosotros; viajes que nos dejan perdidos en un aire enamorado de recién; o nos encuentran enlazando el futuro, un plan tras el otro, sin objeciones. Todavía nos son posibles los sueños?, me digo mientras sueño con el próximo viaje…
Viajes que nos hacen de amigos para siempre. Encontré algunos. Bendición. Tesoros como reliquias para conservar con todos sus cuidados.
Viajes en los que habría que invertir hasta el honor que nos llevamos, el de uno y el de quien nos acompaña, si conseguimos con los dos alargar la estadía.
Viajes que debieran ser obligatorios. Viajes que nos cambian, que nos atemorizan. Viajes que nos exigen ser mejores, doblemente generosos, más precisos de ropas, más livianos de angustias.
Incomprendida por muchos, sigo acá feliz, contando, hilarante, lo inexplicablemente bello de estos viajes a Italia, complacida en la abundancia de tales recuerdos, y más aún pendiente del milagro de mañana…
Marisa Bergamasco (Aficionada a la escritura, al buen cocinar y al buen comer y a los buenos y grandes cariños, de profesión agente de viajes, soñadora de vocación, por siempre…)
La he visto ya. Es impenetrable en su hermosura! Con un contorno definido a lápiz, y un halo de luz y una voz que enmudece.
Avergüenza mirarse y mirarla. Es el beso del cielo…
Salí a buscarla entre los hostiles edificios, pero ella ganó, y yo también.
Le comparto una de mi madre, que aún vive, aunque no ya con la gracia y los gestos de niña que me consintieron – o mejor, enviciaron – hasta mi primera juventud. Ella veía, en la mancha grisácea que lleva dentro la luna llena, un carro tirado por caballos, y me explicaba cada vez dónde empezaba y donde terminaba su diseño, con la sonrisa ancha y plena y los dedos señalando el cielo. Yo veía lo mismo, claro, porque me gustaba pensar entonces que pudiese ser cierto.
Tantas veces me dio vuelta este asunto de la luna como para empezar un libro, un cuento, una novela, un ensayo, no sé, algo para decir. Me parece buena idea y de pronto la descarto. En fin, cosas que me vienen en mente, cosas con emoción…
Me adelanto al postre que le traeré en el próximo encuentro, porque esto de la luna me puso en estado de tomar chocolate con leche, como aquel que me preparó mi madre en la mamadera del año… nunca lo diré…
No creo que sea necesaria la receta, sin embargo, y aprovechando el aire de confidencia, le dejo mi versión adulta:
1 cucharadita de cacao amargo (vamos a endulzarlo luego, no precisamos cacao dulce, y además es más natural)
2 cucharaditas de azúcar integral (no queremos las calorías vacías del azúcar blanco, en cambio, preferimos el consumo habitual de azúcares no refinados que contribuye a aumentar la ingesta de compuestos antioxidantes)
1 taza de leche de cabra(por los beneficios de su alta digestibilidad)
Mezclar el cacao amargo con un poquito de agua caliente para facilitar la disolución de posibles grumos. Agregar la leche caliente y endulzar con el azúcar orgánico.
Y que le pese al invierno nuestro desafío!!
PD: Hay días en que la tierra me provoca ganas de llorar, la tierra con sus trabajos y algunas de sus gentes. Pero cómo se puede vivir -me pregunto mientras voy y corro y tolero lo que viene llegando- en la luna para siempre?
Marisa Bergamasco (Aficionada a la escritura, al buen cocinar y al buen comer y a los buenos y grandes cariños, de profesión agente de viajes, soñadora de vocación, por siempre…)