Letras | Recetas
Betty me pidió hace unos días la receta del tiramisú. Betty vive en Miami, es de origen cubano y la casa en la que habita es hermosa. Tiene en el living un piano de cola negro que su hijo usaba cuando era más niño para practicar las lecciones que aprendía de su profesor y que yo aprovechaba algunas tardes para evocar las mías. El corazón de Betty es como su casa, grande y precioso, musical, habitable.
Mientras viví yo también en Miami la visitaba a menudo. Su barrio es una porción de ciudad un poco más verde que el resto, los árboles, por ejemplo, frente a su casa, tienen el tamaño de una majestad y como tal son tratados. Las calles amplias, el cielo abierto, la gente tranquila.
El mío, no muy distante, era más corriente. Pero me alcanzaba de cerca el privilegio de una isla vecina a tan sólo seis cuadras y un puente abovedado para abordarla.
Debajo de este puente, la bahía de Brickell Key, comienza a abrirse al mar por un camino ancho y de pronto poblado de delfines, y casi a diario de manta rayas y peces de menor tamaño y de colores vivos moviéndose entre las rocas de las orillas. Una isla pequeña frente al mar, de gente adinerada si la miramos con ojos de tercer mundo, aunque más o menos adinerada si vista con el opulento ojo americano.
Allí iba todas las mañanas a caminar y a respirar bien hondo, como una manera saludable y económica de mantenerme en forma. Era mi rincón de las plegarias, como lo describía en aquel tiempo. Un rincón para pedir y, aunque menos, porque los humanos somos difíciles de complacer, para agradecer. Ya otros han dicho con bastante razón que la bonanza es menos espiritual que la incertidumbre. Para alivio mío, este rincón acogía cualquier ceremonia que quisiera declararle.
Desde la primera mudanza de adolescente hacia la Universidad de Buenos Aires han pasado unas cuantas otras. En cada lugar buscaba hasta encontrar mi rincón y lo mudaba conmigo antes de resignarme a perderlo. Me sirvieron algunos de mis dormitorios (aquellos que podía aislar con dos vueltas de llave), un camino de campo cuando viví en el campo del sur, ciertos baños en ciertas ocasiones, y el rincón que mejor recuerdo es una iglesia a la que acudía en horas de la mañana para encontrarla vacía.
La isla de Brickell Key, aunque más poblada que una iglesia, ha sido el más íntimo de mis rincones. El qué más extraño. Su mar, expuesto continuamente al sol, era un espejo prodigioso, y era mi mar de todos los días… qué lugar más ancho y más digno ha visto usted para dejar una plegaria? Le recé tantas como me iban surgiendo desde la mañana anterior, cuando regresaba a casa y la rutina se entorpecía con cualquier embrollo de los habituales, cuando una nostalgia rancia me llegaba de improviso, cuando el sueño de un futuro deslumbrante se hacía presente con el miedo de no verlo llegar después, cuando tantas veces he sentido, como usted, un peso avasallando el alma sin razón evidente, una cierta tristeza que apena como cierta y al mismo tiempo se explica incierta… Tantas… muchas plegarias…
La versión saludable de este tiramisú está dedicada a mi querida Betty, como agradecimiento a su permanente cariño y lealtad. Gracias Betty! Por el piano, la confianza, las charlas, los consejos y esta memoria que me ha traído hasta aquí, de la bahía y su reservado mar agitando en el oleaje seguramente aún hoy las oraciones que le conté entonces.
Gracias Betty!
PD: gracias a los amigos temporarios de esta ciudad, a los perdurables y a los vecinos: Cecilia, Lucía, Roberto, Sonia, Florencia, Edith, Mabel, Ilda, Antonieta, Adriana y a los que faltan les pido dejen su nombre en los comentarios, me haría muy feliz saber de ustedes…
Tiramisú con bizcocho sin gluten y crema de coco
Ingredientes:
Para el bizcocho:
4 huevos
100 grs. de harina de arroz integral
100 grs. de azúcar orgánico
1 cdta. de extracto de vainilla
Para la crema de coco:
700 ml de leche de coco*
2 yemas
100 grs. de azúcar orgánico
50 grs. de miel orgánica
100 grs de fécula de maíz
100 ml de agua o c/n para diluir la fécula de maíz
Para ensamblar el tiramisú:
1 taza grande de café tibio
cacao amargo c/n
Preparación:
Batir las yemas con un tercio del azúcar y el extracto de vainilla.
Por otro lado batir las claras a nieve con el resto del azúcar. Incorporar suavemente, un poco a la vez, las claras al batido de yemas intercalando con la harina.
Colocar la preparación en un molde rectangular previamente forrado en papel manteca y rociado con aceite vegetal. En este caso usé uno siliconado.
Cocinar en horno a 200º durante 10 a 12 minutos.
Batir las yemas con el azúcar y la miel. Agregar la fécula de maíz disuelta en un en el agua y pasada por colador para no introducir posibles grumos. Incorporar la leche de coco y llevar a fuego mediano hasta que espese, revolviendo para evitar que se nos pegue en el fondo.
Cuando alcanza el punto de hervor, bajar el fuego a mínimo, cocinar por 2 o 3 minutos más y dejar enfriar.
Para ensamblar el tiramisú:
Preparar el café, suave o fuerte, según su preferencia. Dejar entibiar.
Cortar el bizcocho en tres capas.
Comenzar a ensamblar disponiendo la primera capa sobre la base donde lo serviremos, mojarla con el café -con cuchara o pincel- y agregar una cantidad abundante de la crema de coco. Repetir el proceso con las otras capas y terminar con la crema y el cacao amargo cernido en colador para que caiga delicadamente.
Llevar a la heladera para que el postre se enfríe y los sabores se amalgamen, al menos 2 o 3 horas antes del momento de servir.
Me gusta acompañarlo con una copita de café helado, usted puede darme la razón o probar con algún licor que sea de su agrado o quizá un con vino añejo.
La leche de coco*
Es importante buscar alternativas en nuestra dieta a la leche y otros productos lácteos si queremos disfrutar de los alimentos que nos gustan y evitar el malestar que nos provocan. La lactosa de la leche, por ejemplo, es un azúcar natural que el ser humano no puede digerir y como consecuencia de su consumo experimenta molestos problemas gastrointestinales. No siempre somos conscientes de estas molestias, claro, pero quienes sí las advierten se dice que padecen de intolerancia a la lactosa, cuando en realidad, esta intolerancia, la sufrimos todos.
La leche de coco es 100% vegetal y por tanto no contiene lactosa ni ninguna proteína láctea. Es un ingrediente muy empleado en la cocina asiática como base de diferentes platos y salsas. Se utiliza también, y como en el caso de nuestro tiramisú, en repostería. Se puede servir directamente como refresco, o se puede usar para cocinar (curry de pollo a la leche de coco, langostinos con leche de coco, arroz con leche de coco, flan de coco, budín de coco, etc…)
Son muchísimos los beneficios que el coco nos brinda: acelera el metabolismo, ayuda a quienes intentan perder peso y regula los padecimientos de quienes sufren de la tiroides. Sus grandes cantidades de sales minerales y potasio favorecen la mineralización de los huesos. Ofrece un bajo aporte de hidratos de carbono y es beneficioso para el sistema digestivo, ya que sus cantidades de fibra son muy propicias para las alteraciones intestinales. Su alto contenido de vitamina E sirve de antioxidante, junto a vitaminas hidrosolubles del grupo B.
Muchos consideran la leche de coco como un alimento milagroso, ya que ayuda a proteger el organismo y a curarlo de múltiples afecciones internas y externas.
En resumen, estamos en grado de afirmar que esta leche prodiga grandes beneficios para nuestra salud.
Puedo recomendar la marca Chaokoh, en lata de 400 ml, que es la que uso, y con excelentes resultados. La consigo en una casa que vende productos japoneses, pero está disponible también en las dietéticas. Si no logra ubicarla, en los supermercados cuentan con una marca brasilera envasada en botellas de 200ml de vidrio que es muy buena también, aunque el sabor a coco es un poco más tenue.
Marisa Bergamasco
(Aficionada a la escritura, al buen cocinar y al buen comer y a los buenos y grandes cariños, de profesión agente de viajes, soñadora de vocación, por siempre…)